Mikel Buesa | 05 de agosto de 2019
El partido de Arnaldo Otegi pide «normalidad» ante la oleada de recibimientos heroicos en el País Vasco a terroristas y asesinos.
Bildu, la coalición electoral que coordina Arnaldo Otegi, lleva tiempo homenajeando en los pueblos y ciudades del País Vasco a los presos de ETA cuando son excarcelados. La liturgia se repite con monótona precisión: pancartas de bienvenida, banderas, baño de masas paseando por las calles, brindis y abrazos.
Luego, generalmente, la nada, pues los ensalzados son hombres acabados y envejecidos tras décadas de reclusión bajo un duro régimen penitenciario al que se les ha sometido porque no han dado ni un solo paso para su rehabilitación. De vez en cuando, se les exhibirá en un mitin o en una manifestación como un símbolo que no es sino engaño, pues de esos hombres no quedan más que juguetes rotos.
Los homenajes a los etarras Xabier Ugarte Villar y José Javier Zabaleta de este fin de semana se suman a los más de 100 homenajes que COVITE lleva contabilizando en su Observatorio de radicalización desde 2016. HILO⬇https://t.co/pkPH7iHRBr pic.twitter.com/HHh12aTAEz
— COVITE (@CovitePV) July 29, 2019
Sin embargo, detrás de esta realidad se muestra el delirio simbólico del Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV), en el que se reafirman sus viejos e inalterables objetivos independentistas y revolucionarios que, tras seis décadas de violencia, nunca han llegado a materializarse. El fracaso del mundo abertzale se oculta así con el recuerdo permanente de los orígenes, pues esos homenajes, ese culto a los presos etarras, no son sino la manera de afirmar que todavía ETA, aunque disueltas sus estructuras, sigue aquí.
Formar parte del MLNV no es el resultado de un vínculo orgánico con un determinado partido, asociación o grupo, sino de la adhesión a lo que los teóricos del movimiento han designado como el «hecho fundacional», aludiendo a la constitución de ETA el día de san Ignacio de Loyola de 1959.
ETA es así el acontecimiento creador del movimiento y las organizaciones que se adhieren ideológicamente a él obedecen a sus propósitos liberadores de la opresión de una patria que se concibe subyugada a España. Por eso, desaparecida la organización terrorista, para la izquierda abertzale es necesario reafirmarse sobre su propia historia. Los ongi etorri son así la manera idónea de tal reafirmación, pues los presos son prácticamente lo único que queda de ETA.
Ese y no otro es el significado de los actos de bienvenida a los presos etarras. No se trata de «actos de amigos y familiares» que «hay que asumir con normalidad», como dice Bildu, ni de manifestaciones amparadas en la libertad de expresión, como sentencian en muchos casos los jueces. Son actos políticos con los que se reivindica y se ensalza la obra de ETA, el terrorismo que, de momento, aparece relegado, pero que pudiera revitalizarse, pues sus adherentes nunca lo han condenado y se consideran albaceas de su herencia violenta.
Y no se trata de actos esporádicos, como se ha dado a entender cuando la prensa se ha hecho eco de los recientes homenajes a Javier Zabaleta, en Hernani, y a Xabier Ugarte, en Oñate. La estadística que, a este respecto, lleva Covite señala que en los dos años y medio últimos se han celebrado 128, lo que en promedio indica que se celebran con una periodicidad semanal.
Los ensalzados son hombres acabados y envejecidos tras décadas de reclusión bajo un duro régimen penitenciario
Las asociaciones de víctimas del terrorismo o la Fundación Villacisneros han realizado una meritoria tarea de denuncia de este tipo de hechos, presentándolos ante la Fiscalía o los tribunales en defensa de la memoria de quienes perecieron a manos de ETA y reclamando justicia. No la han obtenido salvo en contados casos, pues los jueces se han ocupado diligentemente en reacondicionar doctrinalmente el delito de enaltecimiento del terrorismo.
Ahora no exigen acreditar los hechos, sino que de ellos se han derivado agravios personales para alguna víctima concreta —olvidando que no ofende quien quiere sino quien puede— o actos ulteriores de terrorismo —obviando que, disuelta ETA, ello no tendrá lugar—.
La judicatura ha vaciado así de su significado político la exaltación de los terroristas y de sus acciones. Y de paso ha negado de esta manera el significado político de las víctimas a las que rechaza proteger; o sea, que esos caídos no lo fueron por ser portadores de una culpa, sino que resultaron elegidos por sus victimarios para simbolizar su odio a España.
Tengo para mí que, de esta manera, los jueces se han reconciliado con los políticos de los que dependen sus nombramientos y retribuciones, de tal manera que estos ya no tienen que preocuparse si establecen negocios con los albaceas del terrorismo. Como demostró hace unos meses el doctor Sánchez para aprobar sus decretos ley; como ha hecho hace nada María Chivite para encaramarse en la Presidencia de Navarra; como expresa el proyecto conjunto del PNV y Bildu para reformar el Estatuto de Guernica.
La disidencia de ETA, partidaria de la campaña terrorista, se sitúa en lo más extremo del nacionalismo revolucionario.
El PSOE debe dar un paso al frente y decir «no» al separatismo. De lo contrario, sería una traición y una indignidad.